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Mi primer maratón

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Km 41No recuerdo la fecha exacta, pero hace aproximadamente dos años que me puse las zapatillas para salir a correr por primera vez.

Desde ese momento hasta ahora mi vida ha cambiado muchísimo, y no solo en lo deportivo, ya que aquello que comenzó como un medio para bajar de peso se convirtió al poco tiempo en la mayor de mis pasiones.

Cuando alguien comienza a correr, por lo general lo hace por la misma razón que yo lo hice, o bien porque se lo recomendaron, porque le gustó la idea, para acompañar a alguien más, etc., pero lo cierto es que al inicio de esta actividad, nadie se ve corriendo 42 kilómetros, ni es ese su objetivo, porque parece una locura.

No los voy a aburrir volviendo contar mi camino hasta acá, sólo diré que en julio del año pasado, un mes después de mi gran objetivo, que fueron los 21k de Nike en Buenos Aires, había quedado medio bajón, entrenando solo (como siempre hasta ese momento), sin ninguna meta en el horizonte, ya que las carreras no me parecían gran cosa, había corrido tres y solo la última fue planificada y preparada.

Así fue que gracias a una amiga, descubrí un grupo de running, con un entrenador del que conocía sus antecedentes y decidí acercarme a ver qué tal pintaba la cosa. Fue una de las mejores decisiones que haya tomado, entrenar en grupo, con este grupo, te cambia la vida. Desde el entrenador, que es una bestia, hasta los amigos que uno se hace al compartir sangre, sudor y lágrimas.

Recuerdo que al ingresar al equipo, una de las cosas que te preguntan es por qué quiere entrenar, cuál es el objetivo personal de cada uno. En mi caso eran dos: quería bajar los 50 minutos en 10k y poder correr en algún momento los 42k del maratón de calle.

El primero lo conseguí dos meses y medio después de comenzar a entrenar en equipo, marcando 49:50 en una carrera de 10,2km y el segundo lo alcancé hace unos pocos días en Córdoba.

El maratón es, sin dudas, la prueba madre del running, la distancia con la que nace todo esto, el objetivo máximo. A partir de ahí hay carreras más largas y más cortas, pero todas tienen como referencia la prueba inaugurada por Filípides. Y se ve tan hermosa e inalcanzable como la muchacha que nos quitaba el sueño de chicos y no nos animábamos a encararla por temor al rechazo, hasta que un día juntamos coraje y lo hicimos para descubrir que, más allá de lo terrible y difícil que parezca, no estaba fuera de nuestro alcance. Pero hay que laburar para ganársela, como todo aquello que vale la pena en la vida.

Si me pongo a relatar lo que fueron mis primeros 42,195kms el post se me hace eterno, así que sólo me limitaré a contarles mis sensaciones y lo que significó conseguirlo.

Hay personas que uno ve a diario y con los que no puede contar para nada, y amigos con quienes nos cruzamos una o dos veces al año y sabemos que siempre están ahí, dispuestos a lo que sea por uno. Este último caso es el del Teto, un pibe con quien nos habremos visto unas 3 o 4 veces en toda la vida, pero con el que nos tenemos toda la confianza y es un amigo como pocos. Sin su ayuda y compañía durante toda la carrera, mi primer maratón no hubiese resultado tan entretenida y sin dudas, terminarla hubiese sido mucho más complicado.

Dicen que para correr largas distancias hay que entrenar tanto el cuerpo como la mente, y es cierto, a mi me encanta correr en calle precisamente por eso, por la monotonía y el despeje mental que significa estar durante mucho tiempo dándole al asfalto con los propios pensamientos, más allá de las molestias que puedan generarse en el cuerpo, que son inevitables. Es sabido que en un maratón, los dolores, molestias e incomodidad son inevitables, tarde o temprano nos van a llegar, en mi caso aparecieron temprano, promediando el km 12. Todo comenzó con una molestia en la rodilla derecha, a la que no le di importancia y seguí, hasta que en el km 18 me dio una especie de calambre que me hizo saltar en una pata, luego de eso mi pierna derecha quedó como nueva. Diez kilómetros más adelante, en el 28, me pasó lo mismo con la otra pierna, un dolor agudo y luego nada, todo estable.

Unos pocos kilómetros más alla del 30, que hasta ese momento era mi record de distancia, los dolores normales de una carrera larga se fueron intensificando, algunos aparecían y otros se iban, las pantorrillas ardían, los tobillos eran un flan y los brazos me pesaban cada vez más, aunque nada de eso me impedía seguir corriendo ni tampoco me sentía cansado ni falto de aire. Con esto en la cabeza, pasado el km 35 estaba más que confiado en llevar la carrera a buen puerto, sabía que el entrenamiento había resultado y lo que me molestaba era solo muscular, normal luego de más de tres horas de correr sin parar.

Y menciono el 35 porque en ese momento apareció el cuco de la carrera, que en este caso tenía la forma de una cuesta de 500 metros aproximadamente, justo después del temido muro, mencionado hasta el cansancio en toda la bibliografia sobre maratones. Con mi amigo la miramos y la encaramos como si fuese llano, bajando un poco el ritmo para no llevar las pulsaciones por las nubes, y la hicimos sin problemas, mientras pasamos a muchos corredores que iban caminando. Nuevamente, el entrenamiento fue el responsable de salir airosos de esa prueba.

Pero no todo fueron calambres y desafíos físicos y mentales, también tuvimos algún mimo de parte de la organización, como la pasada en el km 20 por el estadio Kempes, al que ingresamos por uno de sus accesos, dimos una vuelta por la pista de atletismo y salimos por otra puerta, justo en la distancia de media maratón, con reloj y toma de tiempo incluidos. Un lindo detalle, que todos quisieron recordar, al punto que varios corredores se pararon para sacarse fotos dentro de la cancha.

Al igual que la primera vez que corrí 21 kilómetros, me había propuesto una serie de metas a cumplir en orden: terminar la carrera, no caminar, no quedar último y tiempo de 4:30, aunque una amiga del team me dijo “vas a hacerla en menos de 4:18″, lo que no me parecía posible por desconocer la distancia, además del planteo conservador que tenía pensado. Pude cumplir con todas: completé la carrera, no caminé (sólo paré un par de veces para ir al baño), quedé por arriba de la mitad de los finishers, y mi tiempo fue de 4:15:59 para los 42,8 kms que me marcó el Garmin, aunque oficialmente la clasificación dice 4:16:27, medio minuto en más de cuatro horas no hacen mucha diferencia.

Me esperaba algo de emoción al cruzar el arco, pero ver el cartel de 41kms me aflojó todo, sabía que ya estaba, que ese último kilómetro lo iba a hacer como sea, aunque tuviera que arrastrarme; luego, salir a la última recta, de 800 metros, con el arco al final y toda la gente alentando a los costados como si uno fuese un gran atleta o un héroe que regresa a casa luego de la batalla, fue demasiado para mi. Hice los últimos 300 metros corriendo fuerte, con la vista nublada, ya no por el agotamiento, mientras las personas que me veían me gritaban cosas muy lindas y mi familia se volvía loca al verme aparecer entre lágrimas. Mis niños se metieron al circuito los últimos 20 metros y cruzaron el arco conmigo, a los gritos, mientras yo me dejaba poner la medalla, sacarme las fotos y me abrazaba a Inés, mariconeando como pocas veces.

Me quedan muchísimos recuerdos y cosas que no conté para no aburrir (más), sólo puedo decir que si estás leyendo esto y te gusta correr, el maratón es un gran objetivo, proponételo y correlo, es único e incomparable. No es tan descabellado como la mayoría se imagina. ¡Si hasta yo pude completarlo!

Dicen que correr es una actividad solitaria, y es cierto la mayoría del tiempo, ya que es uno el que sale a la calle, el que entrena y hace dieta, pero alrededor hay mucha gente que colabora para que lo podamos hacer.

No puedo dejar de agradecer, porque tuve el mejor equipo del mundo, liderado por mi familia, que se banca mis constantes salidas a entrenar, mi cambio de alimentación, los viajes, y siempre estuvieron ahí, firmes al lado mío; Training VIP, con Raúl y Mariana a la cabeza, que me alentaron desde siempre y se alegraron tanto como yo de haber conseguido mi objetivo, que de algún modo, es también el suyo; mis amigos, especialmente Juan “el Tano” que fue mi primer entrenador y el Teto que se la recontra bancó al aguantarme, aún sabiendo que podía ir más rápido y hacer un mejor tiempo, estuvo conmigo durante toda la carrera. Un agradecimiento especial para mi cuñadita Ely, a quien le tocó la parte más difícil: aguantarse al resto de la familia en su casa y hacer de niñera mientras Inés y yo corríamos :)

 


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